Nuevamente los pobres perdieron un amigo.
Hoy murió Gino. Nada menos que un cura.
I.- Hace un rato me avisaron que Gino murió de un infarto; en realidad, casi diría que a Gino lo mataron. Lo mató su amor por el ministerio, lo mató su pasión por los pobres, lo mató su fidelidad a la Iglesia. Y quizás también cierta incomprensión.
"Sacerdote creíble y misericordioso"
Gino fue cura. De punta a punta de su vida. Desde sus peleas con Dios en el seminario, a sus peleas con el Dios "providente" por la injusticia y la muerte anticipada de los pobres. Desde su vida entregada en el barro, a la entrega de su vida en el tiempo y el espacio. Desde su incansable anuncio de buenas noticias a los pobres, a su búsqueda constante de encontrar espacios para que los pobres puedan encontrarse con "Dios y la Virgen", desde las "ollas populares" y comedores, hasta las amenazas o sospechas. Fue cura, y gastó su vida -también él en muerte anticipada- buscando espacios y recovecos, lugares y circunstancias donde poder contarles a sus hermanos, los pobres, que Dios los ama; y ser él mismo un rostro y cuerpo de ese Dios que sale al encuentro.
Decenas de capillas, ermitas, imágenes, bautismos, son huellas de su paso evangelizador. O -como seguramente él preferiría- del paso de Jesús por las vidas de esos cientos y miles.
"Vine a anunciar el Evangelio a los pobres"
Gino fue cura de los pobres. Seguramente serán ellos quienes más lo lloren. Ya no lo verán en "Cura Brochero", o en el paso misionero de "la Carpa", o entre el ruido de "los Campamentos brocherito". Y nosotros ya no lo veremos preguntando, planteando, apasionado cómo podría hacer para estar más cerca de los pobres; qué cosas nuevas podríamos pensar, o crear para que los pobres se sientan "en casa" en la Iglesia, o cómo anunciarles "Buenas Noticias".
"Misericordia quiero, no sacrificios"
Gino fue cura de los pobres en la Iglesia. En esta Iglesia en invierno, que tantas veces se aleja o no entiende el signo del reino de anunciar a los pobres, o no entiende al "Mesías de los pobres". Esta Iglesia que parece temer a Jesús, o buscarlo y anunciarlo donde él mismo dice que no se encuentra. Fue el rostro de "otra" Iglesia dentro de la Iglesia. Obediente en el dolor, murió donde no había querido vivir. Vivió sin entender que el nuncio le dijera -hace años- que el anuncio del evangelio era "a todos" cuando le contó que la casa "cura Brochero" buscaba "anunciar el evangelio a los pobres", o cuando le dijeron que debía dedicarse a "los dirigentes" y no a "los pobres". Entendió -precisamente- el Evangelio, y su amor y fidelidad en la Iglesia no lo apartaron de los predilectos de Jesús. Fue donde la Iglesia lo convocó, pero a su vez propuso, planteó, inventó caminos para que la Iglesia se parezca más a ese "sueño de Jesús".
II.- Sé que algunas citas que encabezan cada parte remiten a Jesús, no a nosotros. Las puse expresamente. No porque Gino lo fuera, ciertamente. Pero porque sé que los pobres lo sintieron un rostro de Jesús en los barrios, porque no quiso apartarse de Jesús ni un poquito, y porque sabía bien que podría reflejar a Jesús en su vida y su ministerio cuanto más cerca de los pobres estuviese.
Conocí un cura. Y realmente -en medio del dolor, y las lágrimas que no salen- no puedo ocultar una pequeña cuota de alegría. He visto funcionarios eclesiásticos, estrellas de la autoreferencia, temerosos que buscan en la "madre institución" seguridad para sus dudas, amantes del aplauso o del dinero. pero conocí un cura -gracias a Dios, conocí y conozco varios-, uno que fue libre y no se buscó a sí mismo, que no buscaba seguridades sino la inseguridad de la intemperie, uno que eligió vivir y gastar la vida a cada momento en el anuncio, uno que eligió morir dando vida.
Bromeando con él, muchas veces en nuestros encuentros mensuales, discutíamos sobre la frase que se dijo sobre el cura Brochero: "vivió sólo para la felicidad de su pueblo", frase que quería hacer suya. ¡Y vaya si lo logró!
Conocí un cura; no uno que se expresaba solemnemente en el culto; no uno que hablaba de modo rimbombante; no uno que escupía dogmas o normas; no uno que hablaba "desde arriba" a los "de abajo"; no uno que vivía "separado" de la vida cotidiana de "los suyos" -sean estos quienes "le fueron encomendados" o los que salió a buscar "por los caminos".
Conociendo muchos "oficialmente curas", de muchos lados, creo que quizá el riesgo más grande de todos es la mediocridad, el miedo. Pues conocí un cura del cual nadie podrá decir que era mediocre. Su miedo era no ser fiel al Jesús amigo de los pobres, su miedo era no vivir para los pobres todo lo que pudiera. Si hasta los amigos le criticábamos que no tomara tiempo para él, y pareciera que quiso "chuparle el jugo a la vida" que le quedaba para no perder tiempo que -según él- debía ser de los pobres.
Murió Gino. Perdimos un amigo. Los pobres perdieron un amigo. Es cierto que ganamos y ganaron un amigo junto a Dios que "molestará" constantemente a su amigo Jesús, y a su mamá "la Virgen", para que los pobres estén en el centro, y "nos molestará" para que no olvidemos ese compromiso. Molestará a Jesús y la Virgen con iniciativas, con preguntas, con dudas, buscando que los pobres tengan buenas noticias. Pero también ganamos un camino marcado de huellas. Un camino en el que cada capilla, cada ermita, cada imagen será una suerte de "sacramento" de un cura. De un cura que dio la vida dando vida, de un cura que sembró evangelio, que mostró que Dios reina en la sonrisa de los chicos, en los platos compartidos, en la Virgen que se acerca y nos invita, en el encuentro evangelizador, o el anuncio a la intemperie de una carpa. Gino murió sembrando, y es de desear que los temores y las estructuras, las "recetas" y mediocridades, no ahoguen la cosecha para que mañana los pobres tengan su pan.
Eduardo de la Serna
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